jueves, febrero 26, 2015

No aprendí nada en la preparatoria*



Jorge Sandín Gómez



Nunca supe como llegué, pero si sabía que quería estar ahí. Siempre creí que era importante, pero no entendía cuanto. Aprendí mucho, pero eso nunca es suficiente. Los vecinos preguntaban si entré con sobornos y yo destacaba su gratuidad. Tantas imágenes por describir y tan pocas palabras. Se llamaba “Pedro de Alba” y nunca pregunté quien era. Así fue mi paso por la preparatoria No. 9 de la UNAM.


Durante muchos años viví en Ecatepec y ahí estudié la secundaria. En el último año (1990),
visitamos el museo Tecnológico de la CFE. De regreso, a la altura de la estación del metro Basílica (ahora Deportivo 18 de marzo), un amigo me señaló una escuela y dijo: “Ahí estudian unos primos”. No me interesó mucho (en ese tiempo no tenía claro que era la UNAM) y seguimos muestro camino.


Concluí la secundaria y yo sabía que seguiría estudiando. Compré el periódico un domingo y había una convocatoria. Como dije antes, no entendía que era la UNAM, pero yo supe (no me pregunten como) que ese era el camino que quería seguir. Me inscribí al examen y estudié desde el miércoles (el examen fue el sábado). En realidad, sólo anoté en un cuaderno los temas que debería estudiar y fui a una “escuelota” a presentar la prueba (apenas hace dos años entendí que esa escuela era el Colegio México).


No recibí mis resultados por correo, así que tuve que ir nuevamente hasta Avenida de la Imán a recoger el papel más hermoso que jamás había leído: mi carta de aceptación (En realidad era un machote burocrático y fui aceptado en el turno vespertino, pero de todos modos me emocionó) como miembro de la generación 1991 (generación de plata de la P9), en el grupo 452 sección B (cosa que tarde tiempo en entender para qué servía)

Sí, soy yo.



Así, el 29 de octubre de 1990, y con una combinación de nervios, emoción, alegría y soberbia (entiendan que tenía 15 años y era el único de mi cuadra en la UNAM), crucé la puerta de la ENP#9 “Pedro de Alba” (y no Luis de Alba, como anotaba por error mi amigo Sergio Juárez en sus láminas para Dibujo de Imitación) y recorrí el camino necesario para llegar a la clase de Lengua y literatura españolas, con la Maestra Artemisa Temis, a las 3:20 de la tarde.


Mi primer año pasó más rápido de lo que hubiera pensado, con unos maestros cumplidos, otros que casi no iban, otros que nunca aparecieron (es en serio, nunca tuve computación), muchos amigos, el rock mexicano en pleno auge, una ardua batalla por encontrarme y un examen extraordinario de matemáticas (no es cliché, sólo dejé de asistir a la asignatura ¡Por no haber hecho una tarea!).


El segundo año fue todavía más rápido: Metallica presentaba el album negro, el grunge comenzaba a destacar, y yo jugaba a que era un intelectual rebelde; pero nada de eso me impidió fascinarme con la ciencia, gracias a los profesores de biología y química: Luis Miguel y Vicente Turrubiarte Morales, respectivamente (Una mención similar merece la Maestra Alma Esther Lartundo de Inglés, a quien incluso saludé en una marcha en la huelga de 1999). Con ellos me creé la imagen (que hasta hoy mantengo) de los científicos como seres integrales, pues me hablaban de educación, política, conciencia social, pero sobre todo, de ética.

Arriba a la izquierda, Vicente Turrubiarte Morales. Más abajito, el autor de estas líneas




Fue por ellos dos que elegí el área II, Químico-Biológicas. Me anoté en el grupo 656 y ahí comenzó de verdad la preparatoria. A pesar de que la carga de doce asignaturas tiene su gracia, TODOS los compañeros nos apoyábamos, estudiábamos juntos, y sobre todo, sabíamos reír. Sin importar que éramos del turno vespertino, nos acostumbramos a llegar desde la una de la tarde (a veces antes) para hacer tareas, pero sobre todo, porque nos sabíamos amigos.

De Izquierda a derecha: Julián, "Gato" David, Marcos Vázquez, Ya tu sabes, Israél "Muajá" y mano anónima.


Es más, nos dimos tiempo para que nuestro equipo de fútbol, la “Uva mecánica” fuera líder general del torneo interno tras sólo haber perdido el primer juego (aunque perdimos 1 -0 en los cuartos de final y ahí se acabó todo).
La Uva mecánica. 1993


Claro, nada es para siempre, y como todos los preparatorianos de este mundo, nos separamos para ir a la universidad, hasta los que estudiamos carreras similares. Incluso al momento de escribir estas líneas, recuerdo la tristeza por dejar de ver a mis amigos, y un momento muy extraño (sobre todo para alguien de 17 años) cuando brindábamos en una posada (diciembre de 1992) y tuve una angustia tremenda al darme cuenta que al año siguiente ¡Ya no estaríamos juntos! (En realidad, si nos vimos e hicimos una posada en casa de mi mamá).

Rubén Novelo. Fanático (desde entonces) del Monterrey.


No es fácil describir la sensación de pérdida, sobre todo cuando la unión, la fraternidad, el respeto y la alegría eran el sello característico del grupo. No siempre se requiere perder algo para saber cuan bueno era, y ese fue el caso del grupo. Algunos compañeros evitaban llegar tarde porque, decían, era muy latoso tener que saludar a todos (15 compañeros al menos).

Grupo 656, 1993. Tomada por Gabriel González Gómez.


Sin embargo, hasta la fecha veo a muchos de esos amigos, y creo que esa es la verdadera enseñanza de la preparatoria, evitar el desarrollo de la sociedad líquida que describe Zygmunt Bauman y mantenernos como unidades básicas del intrincado tejido social (justo ahora que parece tan “deshilachado”). Ese fue, mi verdadero aprendizaje.
http://sandink.blogspot.mx/2009/12/el-656-de-la-p9-20-anos-despues-si-es.html




















*Texto publicado en el libro: "Escuela Nacional Preparatoria. Imágenes y pinceladas de sus protagonistas". Tomo II. p 328.

Muchas gracias a Humberto Sánchez Córdova por comunicarse conmigo, si no, nunca me hubiera enterado.

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